La temporada proselitista con vistas a las PASO del 13 de agosto ha comenzado y, dentro de ese contexto, empezó la “Campaña del Miedo 2023” del kirchnerismo gobernante. El oficialismo peronista retorna, de esta manera, a su estrategia de 2015. “Vos querés más; Macri quiere menos para vos. Ese cambio no, no, no”, decía la publicidad que postulaba a Daniel Scioli como candidato a Presidente de la Nación. La experiencia de este año propone una variante. Ahora, al pánico, no lo exponen en “spots”, sino en declaraciones de prensa del presidenciable “K”: Sergio Massa.
Según el ministro de Economía, un funcionario del FMI le reveló que “hubo economistas de la oposición en la Argentina que en los últimos días se comunicaron y decían: ‘no les den nada, pídanle todo porque la Argentina tiene que pasarla mal ahora’”. “Qué poco patriotas los colegas de la oposición -habría dicho-. Por una elección están dispuestos a que la gente lo pase mal”.
Aunque desmentido hasta el hartazgo, esta inaudita denuncia de “autores desconocidos” inaugura, de manera harto pueril, el “relato” de la “Campaña del Miedo 2023”: si los opositores quieren que al país le vaya mal ahora que no están en el poder, no es difícil imaginar qué harán si ganan…
Esta “Estrategia del Temor” desplegada por el oficialismo, eso sí, se enfrenta con un escollo. Según se ha probado ya en este país, el primer requisito para que funcione la “Campaña del Miedo” es que, de verdad, provoque miedo. Este es el primer déficit en el oficialismo nacional. Una “Campaña del Miedo” que no asusta deviene, sin escalas, en “Campaña del Ridículo”.
La amenaza de que al país le va a ir mal el año que viene si gana la oposición presenta un problema proyectivo: al país ya le va pésimo hoy, con de este Gobierno. Y con este ministro de Economía.
Dicho de otro modo: funciona la Campaña del Miedo cuando la amenaza es: “Cuidado, que anda suelta el Alma Mula”. No funciona si el que advierte, con cara de espanto, es el Perro Familiar.
Dos antídotos
Las Campañas del Miedo en la Argentina también han permitido estudiar los efectos nocivos que esta clase de estrategias acarrean a quienes las impulsan.
Después de una sucesión de gobiernos de distintas ideologías, los argentinos se hartaron de que les profetizaran que si votaban de tal o cual manera iban a venir las 10 plagas de Egipto. No importa si votaban a radicales o a peronistas, a liberales o conservadores, y ni siquiera si el gobierno había surgido del voto o de las botas, las plagas se abatieron igual. No da miedo la amenaza del apocalipsis en este “feed lot” austral donde las vacas flacas se alimentan solamente de las vacas gordas.
Entonces, el miedo no pierde su condición de ser una emoción que funciona como un gran movilizador, pero a estas alturas de la civilización sólo moviliza a los seguidores ya fidelizados del fabricante de temores. Por el contrario, imprime un efecto contrario en el resto del electorado.
Lo cual deriva en los antídotos del miedo. A Mauricio Macri intentaron plantarle una campaña del miedo, desestructurada a carcajadas. La risa, enseñaba William de Baskerville en “El Nombre de la Rosa”, es una respuesta liberadora contra todo temor: el humor es el arma de la desmitificación. De modo que a los “cucos” de 2015 que decían “Si gana Macri, el kilo de pan va a costa 50 pesos” (la amenaza de ayer sería una promesa arrasadora para las elecciones venideras) les contestaron con “memes”. “Si gana Macri, la colita de rana no va a sanar hoy, ni mañana”, “Si gana Macri, Rexona te va a abandonar”, “Si gana Macri, los caramelos media hora te van a durar 15 minutos”…
Pero ahora, con la inflación interanual arriba del 100% y con la pobreza arruinando la vida del 40% de los argentinos (según el Indec), es difícil la risa. Por el contrario, hay más zozobras que certezas, lo que genera el clima propicio para el miedo, pero también para otro de sus antídotos: la bronca.
Quien lo aplicó tempranamente fue Javier Milei: él basó su campaña en la bronca contra “la casta política”. Pero todo parece indicar que le “sobraron” seis meses de campaña: ahora, lo que atemorizan son sus comportamientos. Desde las denuncias por “compra / venta” de candidaturas hasta su voto contra la ley que declara “Día de Duelo Nacional” el 18 de julio, para nunca olvidar el atentado contra la Argentina por medio de la voladura de la AMIA.
Más recientemente, quien enarbola la bronca como amuleto contra el miedo es Patricia Bullrich. ¿Le alcanzará para imponerse en la contienda en las urnas dentro de cuatro semanas?
Horacio Rodríguez Larreta, en cambio, ha buscado desde temprano salir de la grieta “miedo vs. bronca” y ha emprendido la campaña electoral del “voto útil”: la campaña de “la mejor opción”.
El 13 de agosto se sabrá qué funciona electoralmente en este país. Y cuánto.
Una opción
Si hay tanta experiencia en combatirlas exitosamente (inclusive en la Argentina), ¿por qué el cuarto gobierno kirchnerista ensaya una Campaña del Miedo otra vez? Porque es su única opción.
El oficialismo no puede impulsar una campaña propositiva porque el “modelo” del kirchnerismo (el Estado lo paga absolutamente todo) no admite un programa que lo torne viable. Por eso este cuarto gobierno “K” jamás tuvo un plan económico. Por eso mismo, Massa no propone ninguno.
Para muestra basta el artículo “El ‘plan platita’ en la provincia y la trampa de ‘los regalos’”, publicado la semana pasada por Luciano Román en La Nación. “Los sábados, en la provincia de Buenos Aires, el Estado te cubre el 35% de la compra en la carnicería o la pescadería. Si tenés entre 13 y 17 años, la Provincia te carga 1.000 pesos ‘de arriba’ en el celular o en la tarjeta SUBE. Si sos afiliado al IOMA, te entrega gratis medicamentos en la farmacia. Si estás por terminar la secundaria, te paga el viaje de egresados, y si te gustan la ópera o el ballet, no te cobra entrada para ir al Teatro Argentino. La provincia se ha convertido en una especie de piñata que regala cosas en forma indiscriminada. Pero tal vez sea necesario preguntarse: ¿realmente todo esto es gratis? ¿Es cierto que no lo pagamos?”.
No: ni todo es gratis ni es cierto que nadie lo paga. A esa perinola trucha bonaerense, que siempre cae en “todos sacan”, la pagan, por ejemplo, los tucumanos. Que no tienen ninguno de “los regalos” de los que gozan los bonaerenses. Y, por ende, que están pagando todos los “obsequios” que reciben aquellos. ¿Cómo? El pedido de aumento del colectivo llegó en horario para mostrarlo.
En el Área Metropolitana de Buenos Aires se queda casi el 90% de los subsidios al transporte público de pasajeros. Entonces, el “boleto” ronda los $ 50. Aquí llegan las migajas de los subsidios. Y llegan tarde. Dado esto, los empresarios denuncian la descapitalización de sus firmas. Presentan un estudio de costos según el cual el “boleto urbano” tucumano debería valer alrededor de los $ 500 y negocian con el Concejo Deliberante de la Capital una tarifa de unos $ 130. Léase, un aumento del 54,8%
La última suba del pasaje se dio en noviembre. Desde entonces, la inflación acumuló un 5% en diciembre, un 6% en enero, un 6,6% en febrero, un 7,7% en marzo, un 8,4% en abril, un 7,8% en mayo y un 6% en junio. La sumatoria da, en siete meses, un 47,5%. ¿Y el 7,3% de diferencia entre el acumulado de inflación y el aumento del boleto? Esa diferencia es, cabalmente, un impuesto al kirchnerismo. Es decir, los tucumanos tienen que poner cada vez más plata de sus bolsillos para compensar la desigualdad y la demora en el reparto de fondos. Desigualdad y demoras al servicio de que la vida sea más barata en el AMBA, último bastión electoral de los “K”.
El Estado no genera ninguna riqueza: administra el dinero de los contribuyentes. El “modelo K” exige más impuestos para todos (la inflación es un “impuesto inflacionario” que recauda más por el IVA cada vez que aumenta el precio de un producto) para beneficiar sólo a los que el kirchnerismo elige. Es decir, el costo de vida más barato de los bonaerenses se financia con la pobreza tucumana. Eso sí: para algunos kirchneristas tucumanos, “cipayos” son los que critican este régimen de exacción.
Ninguna certeza
Massa no sólo carece de propuestas que ofrecer, sino que cada vez más encuentra menos certezas por decir. Por eso su “Campaña del Miedo” está llena de incertezas y de ambigüedades.
Días antes de inventar que un economista del FMI le previno sobre el boicot de los economistas de la oposición, el mismísimo Massa denunció, en el acto de inauguración de un tramo del Gasoducto Kirchner, que el Fondo Monetario Internacional se oponía a la realización de la obra. Los documentos oficiales lo desmienten: el FMI, varias veces, consideró “prioritaria” esa inversión.
Entonces, ¿el FMI es bueno o malo? Si es malo y atenta contra la mentada “soberanía energética” del país, ¿por qué está mal que la oposición se oponga a que haya acuerdos con ese organismo? Si es bueno, y resulta ser referente de patriotismo y nacionalidad contra los vendepatria opositores, ¿por qué todo el kirchnerismo (Massa incluido desde la semana pasada) hablan tan mal de él?
El Gobierno, finalmente, amenaza con que la oposición es capaz de hacer lo que él mismo viene haciendo. Nadie sino el kirchnerismo boicoteó cualquier entendimiento con el FMI. Tanto es así que el ex ministro de Economía Martín Guzmán alcanzó un acuerdo gracias a que la oposición lo acompañó en el Congreso. Máximo Kirchner, en tanto, renunció a la presidencia del bloque del Frente de Todos para no avalar la ley sin la cual Alberto Fernández se quedaba sin gobernabilidad.
La “Campaña del Miedo” funciona cuando se le tiene miedo “al otro”. Capaz que a los asesores del oficialismo se les olvidó explicarle esto al Gobierno de los científicos.